Fue el 16 de julio de 1950, en el estadio de fútbol más grande del mundo, el recién inaugurado Maracaná, en Río de Janeiro, Brasil. El partido, Brasil frente a Uruguay, era la primera vez en la historia que los brasileños llegaban a la fase final de un Mundial, y todo el país daba por segura una victoria. Brasil entero se había preparado para un carnaval, y la euforia era tal que no se planteaban la menor posibilidad de una derrota.
Aquel fatídico día el delantero uruguayo Ghiggia, chutó contra la portería brasileña y él, Moacir Barbosa, en una grandísima estirada, desvió el balón. Estaba convencido de haber enviado la pelota al córner, hasta que escuchó a los más de 200.000 aficionados, más personas que en muchas ciudades del mundo, enmudecer de repente. A Brasil le acababan de arrebatar el Mundial en su propia casa, sumiendo al país en una profunda tristeza, con todos los índices apuntando a un gran culpable: Barbosa.
«La peor tragedia de la historia de Brasil» o «Nuestro Hiroshima», titularon los periódicos al día siguiente. Las columnas de opinión de entonces no ayudaron a detener el linchamiento público: «La ciudad cerró sus ventanas, se sumergió en el luto. Era como si cada brasileño hubiera perdido al ser más querido. Peor que eso, como si cada brasileño hubiera perdido el honor y la dignidad», escribía el prestigioso periodista Mario Filho.
La maldición había comenzado en el mismo instante en el que el balón lanzado por Ghiggia se introdujo en la red. «Llegué a tocarla y creí que la había desviado al tiro de esquina, pero escuché el silencio del estadio y me tuve que armar de valor para mirar hacia atrás. Cuando me di cuenta de que la pelota estaba dentro del arco, un frío paralizante recorrió todo mi cuerpo y sentí de inmediato la mirada de todo el estadio sobre mí», recordaba Barbosa.
Pasaron los años y el que fuera el primer portero negro de la selección brasileña, nunca fue perdonado. «En Brasil, la pena mayor por un crimen es de treinta años de cárcel. Hace 43 años que yo pago por un crimen que no cometí», confesaba en 1993.
Ese traspié profesional fue su maldición. Nadie recordaría después su brillante carrera, que le llevó a ganar con el equipo Vasco da Gama varios campeonatos nacionales y dos sudamericanos. Después del «Maracanazo» continuó jugando 12 años más, siendo uno de los mejores porteros de su época, pero aquello no parecía haber existido. Todo quedaba oculto tras un único fallo.
Moacir Barbosa Nascimento, falleció el 7 de abril del año 2000, a los 79 años en un pequeño municipio cercano a Santos, después de una vida honrada y humilde.
Un equipo, once jugadores, un gol, pero un solo culpable a cadena perpetua…para reflexionar.
Podemos formarnos, trabajar con voluntad inquebrantable, construir durante años nuestra Marca Personal, pero estamos realmente preparados para el día en que llegue ese gol que no esperamos. ¿Un fallo, un error, nuestro o del equipo? ¿Somos realmente conscientes que puede ocurrir? ¿Cómo prepararnos? ¿Cómo hacerle frente? ¿Cómo recuperamos?
Hoy tenemos las herramientas y las posibilidades, en nuestras manos esta aprovecharlas. No esperemos al final del partido, nadie nos asegura el resultado.